septiembre 27, 2010

Xook #001 El año que cambio mi vida


En esta ocasión quiero compartir con ustedes un fragmento del libro "El año que cambio mi vida" de Lorna Martin. El libro está inspirado en su columna semanal "Conversaciones con mi psicoterapeuta".

Debo decir que, aunque sea un poco extraño, me he identificado mucho con el personaje principal. Y... me ha hecho cambiar o por lo menos pensar en algunas cosas de mi vida, sobre todo el ir con un(a) terapeuta. Si, así es. Hay muchas cosas en el subconciente de las cuales no me doy cuenta, no quiero aceptar o cuesta enfrentarlas. Hahaha....

En fin, espero sea de su agrado este pequeño párrafo y si pueden, consiganselo!!



Autoaceptación
(casi)

Julio
Dime lo que quieres, lo que quieres de verdad

...Así que, al comenzar la semana, en lugar de proponerme encontrar noticias fenomenales e intentar escribirlas maravillosamente bien, me liberaba de la presión autoimpuesta. Dejé de tenderme trampas para fracasar. Me di cuenta de que, aun suponiendo que algún día lograra encontrar esas sensacionales noticias que buscaba y consiguiera plasmarlas sobre el papel de la forma que imaginaba en mi cabeza, nada cambiaría. El mundo no se convertiría en un lugar mejor y yo no empezaría a sentirme feliz, satisfecha ni realizada de la noche a la mañana. En resumen, dejé de aspirar a la perfección y acepté mis limitaciones. Hice conmigo el pacto de que haría las cosas lo mejor que sabía y que, si el resultado no pasaba de regular, tendría que conformarme. Lo curioso es que, como consecuencia de eso, me relajé y empecé a ser más productiva en el trabajo y, lo mejor aún, a disfrutarlo mucho más. Soy normal, ni más ni menos. En otros tiempos, nada lejanos, ese pensamiento me habría horrorizado. Ahora me hacía sonreír.
  Tenía la impresión de que vivía a un ritmo mucho más lento. Dejé de salir a correr y empecé a ir al gimnasio. Cuando iba a la pscina, ya no acaparaba el carril rápido ni me imponía como objetivo nadar cincuenta largos. Me metía en la calle lenta y nadaba tranquilamente sin llegar a hacer más de veinte largos en el tiempo en que antes solía completar los cincuenta, pero ahora disfrutaba cada brazada. Una amiga me comentó que mi rostro ya no exhibía esa expresión de ansiedad permanente, tipo Shrek. En esencia, me había relajado. En ocasiones me daba la sensación de que había adelgazado doce kilos, pero en realidad el único peso que había perdido era el de la preocupación. 
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